Las nuevas tecnologías deberían conducir al hombre a encontrar las respuestas a sus propias inquietudes, como una herramienta de desarrollo personal y colectivo. Pero, ¿cómo emplear estos instrumentos? ¿Con qué criterios? ¿ Existe la posibilidad de una “ética”?
Desde el inicio de la globalización, las nuevas tecnologías (vr. Internet ) unen, acercan y facilitan el cambio y el flujo de la información entre sociedades que aún mantienen sus propios principios y valores. De hecho, comprobamos en nuestro diario vivir que según los distintos estados de los que se trate, existen diferentes grados de cultura y civilización. Precisamente allí es donde reside la riqueza propia de la humanidad, en la diversidad.
La tecnología permite -de alguna manera- acercar lo diverso, llevar lo desconocido hacia tierras lejanas, resolver situaciones insalvables en el pasado, descubrir caminos inimaginables siglos atrás... Penetra en el corazón de cada sociedad, impregna sus sistemas, sus modos de organizarse, su cultura, ¿sus valores?... ¿Puede llegar a trastocar los valores presentes en una sociedad?...
¿No será acaso el hombre, el que -en cuanto ser libre- altera los valores, y se deja llevar sin medidas, ni frenos, por caminos insondables? En él mismo - en su propio ser - reside el deber de establecer los límites, las medidas. En última instancia, es él mismo el que está detrás de la tecnología.
Por lo tanto, es el hombre a quien hay que educar para el buen uso de los adelantos tecnológicos.
No podemos - de ninguna manera - colocar sobre la tecnología ni un manto de oscuridad absoluta, ni un manto de piedad: ella misma está en manos del ser puesto en esta tierra como dueño y señor de la Creación.... No debemos ignorar que en determinadas circunstancias la tecnología puede tomar rumbos que alcanzan inclusive a degradar la propia naturaleza del hombre, yendo en contra de sus principios. Está en él saber gobernar y gobernarse...
El hombre mismo es quien debe encargarse de la elección de los criterios con los cuales utilizar esta herramienta, abrir las diversas puertas y escoger los diferentes caminos a seguir...
El hombre no debería olvidarse nunca de los principios inscriptos en su propia naturaleza: los “principios naturales”, aquellos que vienen con el hombre mismo, que no deberían ser descartados. Tal como Boecio afirmaba, el hombre es muchas veces peor que la bestia, porque la bestia no se degrada. Al fin y al cabo toda conducta inmoral es una degradación.
Con esto no se pretende sugerir que las tecnologías conducen necesariamente al hombre por caminos errados. Todo lo contrario: lo coloca frente a un abanico de posibilidades maravillosas, de cambios y logros impredecibles tiempo atrás. Claro que se encuentra en sus propias manos colocar las barreras, respetar las normas y los valores universales... A fines del sigloXX, comienzos del XXI, ¿será posible esto en nuestro mundo?
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